lunes, 15 de septiembre de 2008

La gloria en estos días

Es contagiosa la alegría que expresan los atletas al ganar una competencia reñida. Lo digo, tanto por las recientes imágenes de los ganadores olímpicos, como por las de otros deportistas que han alcanzado el éxtasis a través del triunfo.

Las fotos de Federer o Nadal celebrando sus victorias en el tenis, transmiten emociones. Sus expresiones de triunfo parecen decirnos que no hay realización más grande que ganar uno de esos torneos. Vencer es la meta. Se trata de competir y dar todo en la cancha por la presea, venciendo a cuanto contrincante aparezca.

Es una sobredosis de la llamada adrenalina -y supongo que de testosterona-. Nada muy diferente de nuestros instintos guerreros de siempre: la primitiva necesidad de demostrar quien es el más aguerrido y audaz de la tribu, y obtener los privilegios que correspondan. Pero en algo hemos avanzado.

En el deporte nuestros instintos son moderados por las reglas de la competencia y, aunque hay un vencido que debe tragar su frustración, sus méritos son reconocidos. Su presencia es necesaria para que se dé la competencia y la posibilidad de que en cualquier momento revierta el resultado es lo que le da más emoción al deporte.
Tengo mis sospechas de que los cuentos del abuelo que ganó una batalla han pasado de moda, de que, para las nuevas generaciones, la antigua gloria obtenida en las guerras no es comparable con la satisfacción de ganar un torneo de tenis o de formar parte del equipo de fútbol que gana un Mundial.

Me satisface observar que los jóvenes de hoy, ya no piensan que, para sobresalir en la tribu, hay que ser un general temerario, o un audaz soldado. Al igual que antes, la fama y la gloria van de la mano, y esta generación se ha dado cuenta de que para conseguirlas: o se canta y baila como Shakira, o se es una estrella del béisbol como Santana. Por banal que parezca creo que la juventud de ahora está más inclinada a seguir los pasos de un cantante como Juanes que a inmolarse por una revolución y sentarse a la diestra del Ché Guevara.

Y no creo que se trate de un vacío de ideales, sino de un cambio de paradigma. No en vano ésta es la generación del video. Nuestra realidad ha cambiado. Vivimos una época en que la verdadera revolución son las telecomunicaciones. Atrás quedaron la reunión tribal alrededor del fuego, en la que los bravos guerreros contaban sus hazañas de guerra. La televisión y, más recientemente, internet, han dado un vuelco a nuestra manera de relacionarnos.

No se trata úsnicamente de un cambio en la forma como se trasmite el mensaje, sino también de la vasta información a la que todos tienen acceso.Son pocas las cosas que pasan desapercibidas a los millones de cámaras alrededor del mundo. Inclusive las vejaciones que sufren los presos de Guantánamo y las ilegalidades cometidas por la gran democracia del norte han encontrado su camino a través de los medios. Los generales de Bush podrán ganar guerras, pero no gozan del respeto y la admiración que seguramente se ha ganado su compatriota Phelps al colgarse las ocho medallas.

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